Trabajar… ¿nos enferma? – Dr. Luis A. Salinas

Los médicos y psicólogos constatamos que, a partir de fines del ​siglo veinte, aumentó significativamente el número de consultas donde se presenta como malestar algo relacionado con la vida laboral de las personas. En mi caso particular, llegan al consultorio pacientes que en gran medida expresan un estado de agotamiento físico y emocional, desgano, falta de motivación para ir a trabajar, etcétera, y que presentan cuadros de inestabilidad emocional (como depresiones, ansiedad y fobias).

Uno se pregunta si trabajar hoy en día nos enferma. ​Creemos que si bien ​la actividad laboral implica esfuerzo ​ y​ abnegación, no enferma​; pero si esto es así, ¿por qué hay personas tan agotadas y que lo atribuyen a su trabajo?

Me refirió uno de mis pacientes: “Desde este año, cada semana me mandan a distintas sucursales para supervisar el trabajo allí: la venta, los proveedores, los empleados, todo. Cuando hago el relevamiento, debo llenar unas planillas con los resultados y enviarlos por mail durante el día. El directorio las lee y, en función del informe, me exige que ‘baje línea’. Todo esto está bien, pero cuando vuelvo a mi lugar de trabajo, tengo que enfrentarme con mis jefes que me dicen que soy lento, que estoy de parte de los de afuera de la empresa, que tengo que ser proactivo; critican mi tarea y me hacen sentir un inútil… Claro, igual me siguen mandando, es un trabajo a full, saben que le pongo garra y hago las cosas con honestidad, pero ya no puedo dormir bien y estoy harto del maltrato”. Este hombre presenta los rasgos típicos de aquellos más vulnerables a padecer enfermedades por estrés: tiene una personalidad de fuerte vocación social, una actitud altamente exigente consigo mismo y con los demás, una excesiva implicancia emocional en sus tareas, producto de un idealismo desde el cual sostiene férreamente la expectativa de que el trabajo le da “un sentido” a su vida.

Una paciente de 36 años relat​ó: “Me cuesta dormir, estoy todo el día cansada, agotada, con dolor de cabeza; tengo veinticinco chiquitos en mi sala de Jardín por la mañana y más de veinte por la tarde. En el colegio dicen que no pueden poner otra docente auxiliar y yo necesito trabajar, mantengo a mi familia con mi marido, pero entre los dos apenas llegamos a fin de mes”.

En estos casos se ven claramente las características que suelen atribuirse a las personas sometidas al estrés: un estado de agotamiento físico y emocional, cansancio (a pesar de que el trabajo siga siendo un proyecto atractivo y enriquecedor para la persona), sentimientos de “despersonalización” (sensación de impotencia, indefensión y desesperanza) que se expresan principalmente en todo tipo de actitudes negativas hacia los demás –por ejemplo, la agresión y el maltrato, o la instauración de un problema en el vínculo con quienes se trabaja– y, finalmente, la “falta de realización personal” (se instala cuando la actividad laboral pierde el valor que tenía antes para el individuo, principalmente en aquellos que esperan un mayor reconocimiento de la institución en la cual prestan sus servicios*).

Este cuadro se hace presente con mayor gravedad y frecuencia en “personas que trabajan con personas” como los profesionales de la salud o los docentes, o en quienes se desenvuelven en ambientes laborales enfermos –donde hay violencia o maltrato durante un tiempo prolongado–. Además, la aparición de estos malestares tiene que ver con la sobrecarga laboral sostenida, la escasa participación en la toma de decisiones que afectan el propio desempeño laboral, el incremento arbitrario de las responsabilidades y las exigencias que limitan los tiempos personales con el solo fin de alcanzar objetivos institucionales o empresariales.

“Mi nueva jefa quiso que revisara los contratos de las cajas de seguridad uno por uno e hiciera un informe detallado desde 1987 hasta hoy (2007), con la amenaza de bajar mis calificaciones a fin de año si no lo realizaba bien –contó uno de mis pacientes, que es empleado bancario–. Cuando estaba por terminar me dijo que dejara de hacer eso, que no tenía importancia y que me dedicara a enseñarle al nuevo empleado cómo se maneja el programa de mi sección”. Esta es una situación típica de las instituciones especializadas en generar estrés: aquellas que se manejan con tediosa burocracia, con formalismos intrascendentes, con una competitividad interna por luchas de ascensos y poder, con sobrecarga de trabajo innecesaria, con jornadas más prolongadas de trabajo sin mayor remuneración, etcétera.

Es de destacar que en condiciones iguales o similares, se observan individuos menos afectados. Desde hace una década, se afirma que existe en las personas una capacidad de enfrentar la adversidad en general y de resurgir “fortalecidas y transformadas” de acontecimientos trágicos; se la denomina “resiliencia” y consiste en un conjunto de capacidades de las personas –extensible también a las familias y a las sociedades– que les permiten darle un sentido al dolor, sostener una red social de pertenencia, mantener lazos afectivos significativos, recurrir a la creatividad y al buen humor. La resiliencia puede presentarse de forma más estable en unas personas que en otras, más en un tiempo que en otro, con mayor o menor fuerza. El término proviene del campo de la Física, donde se lo define como la capacidad de un material para recobrar su forma originaria después de ser sometido a una presión deformadora. Los “cuerpos resilientes” no se destruyen sino que sufren una deformación temporaria y luego recuperan su forma originaria**.

En los países de América Latina, es muy marcada la influencia de la incertidumbre con respecto al futuro socioeconómico, como también el miedo a la pérdida de la fuente laboral, en la aparición de estos malestares. Además, desmotiva enormemente la decepción que produce la impunidad de tantas personas corruptas que ganan mucho dinero de forma poco honesta y sin mayor esfuerzo.

“Cuando pienso en los años 2001 y 2002 siento pánico: me despidieron, la indemnización me la atrapó el corralito, me quedé sin obra social, tuve que sacar a mis chicos de la escuela privada, sentí que fracasaba”, expresó un paciente de 55 años. La pérdida del trabajo en la Argentina es casi un sinónimo de exclusión social. Implica una seria amenaza para la supervivencia digna de la persona y su familia, y la dificultad de reinsertarse en el medio laboral daña la propia identidad.

¿Qué hacer?

Cuando aparecen los signos de agotamiento, ya fracasaron todas las alternativas individuales para adaptarse: la persona necesita ser ayudada y orientada.

Desde el espacio individual, los psicoterapeutas procurarán que la persona:
– reconozca y elabore qué aspectos son nocivos en la tarea laboral;
– acepte, en caso de estar indicada, la ayuda psicofarmacológica;
– modifique hábitos insalubres;
– equilibre la organización del tiempo laboral con el destinado a otras actividades humanas necesarias.

Desde el espacio grupal, existen distintos tipos de grupos de abordaje que tienen como fines:
– el apoyo mutuo y la generación de un espacio donde expresar los sentimientos que suscita la actividad laboral en cuestión;
– la superación de la impotencia surgida por temores, dudas, agresiones, etc.;
– la búsqueda de la clarificación de funciones y responsabilidades;
– la revisión de los horarios, lugares de trabajo, etcétera, a fin de administrarlos mejor.

Es necesario entonces recurrir a los distintos instrumentos médicos, psicoterapéuticos y grupales que posibilitarán los medios idóneos para lograr una mejoría en la calidad del trabajo y de la vida.
Estos instrumentos ayudarán sin duda a cómo pensar “lo institucional”  –como, por ejemplo, que se pueda reconocer el juego manipulador de una institución que hace sentir mal a los que se comprometen con su trabajo y bien a los que lo banalizan o, que se pueda asumir que en determinados contextos institucionales ciertas demandas al ser tan exigentes son incumplibles y plantean una paradoja a la realización personal–.

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Dr. Luis A. Salinas
Médico Psiquiatra UBA
Coordinador del Equipo ALIANZA
(Servicio de Asistencia y Prevención para la Salud Mental)

*Freudenberger, Herbert (1974). “Staff Burn-out”. Journal of Social Signes 30, 159-165.
**Maslach y Johnson (1977). “Publicaciones en Psicología Aplicada”. Madrid, TEA.

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